viernes, 1 de mayo de 2009

Florentina, única


En el Día del Trabajador rendimos homenaje a esta maravilla humana universal, que supo definirse así:
Cuando alguien me pide que me defina siempre digo que soy maestra por vocación, abogada por elección y política por pasión. Y de las tres actividades la que más me ha servido en la vida fue la de maestra, aun en mi profesión de abogada.
Siempre digo que no hay nadie que se parezca más al político que un maestro. El maestro se para enfrente de la clase y se expone, y el político también. Ahora bien, me preguntan cuáles son las armas del maestro, éstas son únicas: la palabra, el libro y la pluma. Y el político tiene las mismas armas. El maestro tiene que ser un ejemplo, y el político también.

María Florentina Gómez Miranda se incorporó a la vida política en 1945 y desde entonces ha luchado por los derechos de la mujer. Durante sus dos mandatos como diputada nacional impulsó la aprobación de las leyes de autoridad de los padres compartida y de divorcio.
Esta admirable correligionaria, premio Konex, cuenta:

En 1929 me recibí de maestra y en 1944 de abogada. Me decidí a estudiar Derecho porque era la única carrera que podía cursar libre. Debido a que solamente me presentaba en la facultad los días de exámenes, nunca participé en la vida universitaria. Mi despertar en la política sucedió en 1945, y aunque soy de familia radical su participación en política era muy tranquila. Mi padre, aunque pagaba la cuota al partido radical, no podía afiliarse porque era vicedirector de escuela y a mis hermanos nunca les interesó.
Digamos que en aquella época no era muy común que una mujer desarrolle todas esas actividades.
El único mérito que me reconozco es la coherencia. Lo que defiendo ahora es lo mismo que defendía a los 18 años, con la misma pasión y convencimiento. Hoy en día me admiten mucho más, y eso es gracias a mis 97 años. Mi partido, como el resto, es ciento por ciento machista.
Los mismos hombres que nos han gobernado son los responsables de todo el desastre, y ahora son también los mismos que lo quieren resolver. Ellos creen que las mujeres de política no sabemos nada, pero de lo que no sabemos es de esta política.
Durante mi mandato, 1983 a 1991, éramos sólo cinco mujeres. En aquella época obtuvimos derechos como nunca antes en la historia de la República. Por un lado, la autoridad de los padres compartida, ex patria potestad, y por el otro el divorcio. De este modo mujer y hombre obtuvieron los mismos derechos dentro del matrimonio.
No creo que la Ley de Cupos haya tenido el éxito que esperábamos. Nosotros pretendíamos que a las listas fueran las más trabajadoras, honestas y capaces, pero no siempre sucedió eso.
La mujer cree que todavía hay cargos, como los ejecutivos, para los cuales sólo los hombres están capacitados. Nadie piensa que hay diferencias entre un buen diputado y una buena diputada. Pero sí consideran que sólo los hombres tienen la autoridad para ocupar un cargo como el de presidente. Por eso sostengo que la revolución tiene que venir desde la educación. Si no hay cambio y éste no es profundo y claro, la sociedad no evoluciona.
Para triunfar simplemente hay que tener por bandera los ideales y por escudo la intransigencia. Si yo tengo una bandera llena de ideales y solamente la flameo, no me sirve. Si yo, en la primera cuestión que me hagan mi principio intransigente no me lo permite, entonces no tengo escudo. Apoyo todas las cuestiones referidas a la mujer, sin distinción de color, dentro de los límites de la legalidad.

Durante los gobiernos que no eran más que tiranías disfrazadas se sufría mucho. Fui maestra en la misma escuela desde 1945 a 1954. Enseñaba en sexto grado. Tenía chicas peronistas, pero nunca puse el retrato de Eva Perón. Nunca me puse luto cuando murió Eva Perón. Después de 23 años de servicios me dejaron cesante porque no reunía las condiciones necesarias para ser maestra. Ya después dejé porque la abogacía y la política me insumían mucho tiempo.

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